ASINUM 17
Nadie le visitó en el hospital durante su convalecencia, mientras se desintoxicaba de las pastillas que compartió con su compañera de trabajo. Ella tuvo peor suerte, o mejor, según se mire, pues la intención de quitarse de enmedio era firme. En su caso se trató más bien de un acto de solidaridad y de sentirse acompañado aunque fuese hacia las tinieblas eternas. Un familiar de la joven llegó a casa a tiempo de salvarle la vida. Recibió unas sesiones de terapia y luego marchó solo a casa. No perdió el tiempo en regresar a la oficina, seguro de que su temible jefa habría encontrado otro empleado más capacitado, sin ganas de afrontar cualquier responsabilidad. Otra vez la pobreza se apoderó de su casa y de su existencia. Con la llegada del mal tiempo se tuvo que comprar unos zapatos baratos en un bazar regentado por moros. Al poco tiempo se le estropeó una hebilla, recorrió tres zapaterías en busca del recambio, infructuosamente. Por fin lo encontró en una pequeña zapatería alejada de su casa. La hebilla era más pequeña pero le servía y no le importaba llevarlas diferentes, nadie se fijaría a la vez en los dos zapatos y aunque eso ocurriese no le preocupaba. Pronto se estropeó la otra hebilla y regresó a la misma zapatería. Lo malo es que mientras le realizaban el arreglo tenía que llevar unos días los zapatos de verano. Enseguida acontecieron otros desarreglos. Los tacones producían un sonido escandaloso al andar, se habían agujereado e introducido pequeñas piedras en las oquedades. Después de colocarle tapas nuevas en una zapatería próxima a su casa se le despegó una de ellas y compró una cola de contacto para solucionar el problema. Por aprovechar una ganga en un rastro dominguero se compró un par de guantes que, al cabo de una hora, descubrió que eran distintos, aunque a simple vista no se apreciaba la diferencia. Pensó que algunos ciudadanos irían también por ahí con guantes distintos. Se consoló con la idea de que no hay dos cosas exactamente iguales, ni siquiera los dos lados del rostro y nadie lo aprecia a simple vista, nuestra vista nos engaña muy a menudo y nos pasan desapercibidos hechos que se producen al alcance de nuestras narices. Por ejemplo, cree que ningún vecino se habrá dado cuenta de que la puerta del edificio donde viven parece tener vida propia y poder de decisión o como si alguien la manejara a distancia con algún resorte oculto, para divertirse a costa de los demás, porque si se llega cargado de bolsas te la encuentras cerrada, tienes que dejarlas en el suelo, buscar la llave, abrir, mantenerla con un pie, agacharse a recogerlas y entrar en el patio; mientras que si llegas a casa con las manos desocupadas te la encuentras abierta. Pasan las semanas y la cerradura de la puerta no se arregla, no sabe si porque al presidente de la comunidad no le importa o porque nadie se ha quejado. En su casa también dispone de una caldera que no funciona para la calefacción y de un televisor que funciona a veces.
Por fin se le abrieron las suelas de los zapatos, se enteró un día de lluvia, cuando se le encharcaron por dentro. Afortunadamente guardaba unas botas.
Por fin se le abrieron las suelas de los zapatos, se enteró un día de lluvia, cuando se le encharcaron por dentro. Afortunadamente guardaba unas botas.
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