La burocracia infinita
La función pública amenaza con una huelga y como siempre seremos los consumidores los más perjudicados. A pesar de los abundantes medios informáticos en los que estamos registrados al gusto del legislador, del aumento imparable del funcionariado y de nuevos edificios que se multiplican para evitar aglomeraciones, la burocracia sigue siendo lenta y mareante para el ciudadano que tiene que recurrir a ella para merecer sus servicios (siempre que esté al día en el pago de impuestos) o cumplir con sus numerosas normativas. No hay forma de que se agilicen o abrevien los trámites necesarios para ello. Los organismos públicos más habituales para los ciudadanos (Administración Central, Autonómica, Hacienda, Seguridad Social), todos con sus peculiaridades y necesidades, parecen mal conectados entre sí y para salvar ese problema disponen del sufrido contribuyente que se ve abocado a largos periplos de ventanilla en ventanilla, en horarios incómodos que muchas veces suponen un trastorno, en busca del preciado e imprescindible documento o certificado con una fecha inaplazable salvo que por su propio interés decida la Administración de turno alargarla. Además, los errores de los funcionarios, normales como los de cualquier trabajador, no los sufren ellos sino el interesado, que debe reanudar el calvario para lograr ese papel que no le dieron o que le cambiaron por otro, pues los autores del desaguisado no se mueven de su sitio, menos si es a perpetuidad. Seguramente los empleados son los menos culpables de esta situación, se han encontrado con un sistema que los responsables no saben o no quieren mejorar. La burocracia se ha convertido en un monstruo insaciable demasiado poderoso.
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